Cuando pensamos en Perú, la gastronomía siempre viene a la mente, y con ella, el pisco sour. Pero la historia vitivinícola del país es mucho más antigua y está íntimamente ligada a la llegada de los españoles y, curiosamente, a su geografía costera.
¿Sabías que las primeras vides llegaron a Perú en el siglo XVI? El clima de los valles costeros, como Ica, Lima y Arequipa, Moquegua y Tacna, demostraron ser ideales para el cultivo de las uvas para producir vino; sin embargo, en el siglo XVII, la Corona Española impuso fuertes restricciones y gravámenes para proteger su propia producción peninsular.
¿Qué hicieron los peruanos? Destilar el vino. Así nació el Pisco, un destilado de uva que toma su nombre del puerto de Pisco, un punto clave en la costa sur para el comercio. Esta es una muestra de la adaptación y resiliencia peruana, transformando una limitación en una bebida de identidad nacional.

El renacer del vino peruano en la costa
Por mucho tiempo, el Pisco dominó la escena, pero en las últimas décadas, el vino peruano está experimentando un verdadero renacimiento. Los productores están invirtiendo en tecnología y técnicas de vanguardia, enfocándose en la uva que mejor se adapta al terroir desértico-costero, por ejemplo:
Ica sigue siendo el corazón vitivinícola del Perú, con sus suelos arenosos y una amplia amplitud térmica que favorece la maduración de la uva. Arequipa aporta historia y vinos de carácter volcánico, intensos y minerales. Más al sur, Moquegua destaca por su elegancia y frescura, mientras que Tacna ofrece vinos de perfil maduro y especiado, marcados por su clima desértico.
Lo fascinante es cómo el océano Pacífico influye directamente en estos vinos. La Corriente de Humboldt trae consigo aire frío y neblina que modera las altas temperaturas del desierto, permitiendo una maduración más lenta y equilibrada. Esta influencia marina aporta una frescura y mineralidad distintiva a los vinos tintos y blancos peruanos.
Pisco y vino: maridajes que miran al océano
Para llevar esta exploración al plano práctico, piensa en el maridaje. La cocina peruana, con su base de pescados y mariscos frescos, es el puente perfecto entre el pisco, el vino y el mar.
Un Sauvignon Blanc, con su acidez y toques minerales, es el compañero ideal para un ceviche clásico. O un pisco acholado de alta gama, servido puro o en un cóctel ligero, puede cortar la riqueza de un plato criollo como el lomo saltado, anticuchos o un ají de gallina.
A todo esto, podemos confirmar que la identidad vitivinícola peruana no es una dicotomía entre pisco y vino, sino una simbiosis que nació en la costa. Ambos son expresiones de un terroir único: sol, desierto y la brisa fría del Pacífico. Si entiendes esta conexión, no solo aprecias el sabor, sino la historia de una nación.
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